sexta-feira, 2 de maio de 2008

La Economía. El materialismo histórico

H. Rickert

Los conceptos universales ocupan el lugar más considerable en aquellas ciencias culturales, que tienen por objeto la vida económica. Pues, en la medida en que esos movimientos económicos puedan en peral aislarse, habrá de tenerse muchas veces en cuenta realmente sólo las masas, y lo esencial para esa ciencia cultural coincidirá casi siempre con lo contenido de un concepto relativamente universal. Así, por ejemplo, la definición histórica del aldeano o del fabricante, en determinado pueblo y determinada época, representará con bastante exactitud lo común a todos los ejemplares aislados y constituirá, por lo tanto, su concepto naturalista. En este caso cabe, pues, que lo puramente individual retroceda a segundo plano y que la fijación de las relaciones universales de carácter conceptual ocupe el mayor espacio1. Todo esto, además, nos ayuda a comprender por qué el afán de hacer de la ciencia de la historia una ciencia natural generalizadota va unido tantas veces a la afirmación de que toda historia es en el fondo historia de la economía.

Pero al propio tiempo adviértese ahora con la mayor claridad cuán injustificados son esos ensayos de tratar la historia exclusivamente como historia de la economía y luego como ciencia natural. Descansan, en efecto, como fácilmente puede verse, en cierto principio de separación de lo esencial y lo inesencial, y la elección de ese principio es enteramente caprichosa; es más: su adopción se debe originariamente a una posición política partidista, que no tiene nada de científico. Puede ello ya percibirse en Condorcet; y la llamada concepción materialista de la historia, que constituye el extremo máximo de toda la dirección, es un ejemplo clásico. Pende en gran parte de anhelos específicamente socialistas. Siendo democrático el ideal cultural director, existe la tendencia a considerar aun en pasado las grandes personalidades como “inesenciales” y a no dar valor sino a lo que procede de la multitud. Por eso la narración histórica se hace “colectivista”. Desde el punto de vista del proletariado – o desde el punto de vista que los teóricos consideran como el de la masa – entran en cuestión principalmente los valores más cercanos a la animalidad; por consiguiente, lo “esencial” es sólo aquello que se halla en relación directa con esos valores, esto es, la vida económica. Por eso la historia se torna “materialista”. Pero ésta no es ya una ciencia histórica empírica, avalorativa, sino una filosofía de la historia, constructiva, hecha con violencia y falta de crítica. Más aún: esos valores absolutamente puestos, son aquí tan decisivos que lo que para ellos es significativo se ha tornado en el único verdadero ser, y todo lo demás, que no es cultura económica, queda transformado en mero “reflejo”. Nace de aquí una concepción completamente metafísica, que ostenta, en sentido formal, la estructura del idealismo platónico o realismo de los conceptos. Los valores llegan a ser hipostasiados como verdadera y única realidad. Con esta diferencia tan sólo: que en lugar de los ideales de la cabeza y del corazón hanse colocado los ideales del estómago. Llega incluso el “ideólogo” Lassalle a recomendar a los obreros que conciban su derecho electoral como una cuestión de estómago, y que, al modo como el calor del estómago se expande por el cuerpo, lo expandan asimismo por todo el cuerpo nacional, porque entonces no habrá fuerza alguna capaz de resistirlos2. Nadie debe asombrarse si desde este punto de vista aparece, en último término, la evolución de toda la humanidad como una “lucha por el mejor pesebres”.

Si se ha comprendido bien el punto de vista valorativo sobre que descansa “el materialismo histórico” se verá lo que resta de la objetividad de semejante manera de escribir la historia. Es ella más bien un producto de la política partidista que de la ciencia. No he de negar que anteriormente la vida económica era acaso harto poco atendida por los historiadores, y como consideración complementaria tiene, sin duda, su valor la historia de la economía. Pero el intento de referirlo todo a ella sola, como lo único esencial, debe contarse entre las más caprichosas construcciones históricas que se han ensayado hasta hoy.

Rickert, Heinrich – Ciencia Cultural y Ciencia Natural – Traducción del alemán por Manuel G. Morente – Prólogo de José Ortiga y Gasset – Madri – Calpe – s/data – (8) + 151 págs. Biblioteca de Ideas del Siglo XX – Vol. I; transcrição de parte do Capítulo XI, Los territórios intermédios, págs. 117, 118 e 119.



1 Puesto que repetidas veces, y apoyándose en mis investigaciones metodológicas, se ha discutido la cuestión de si la economía nacional es una ciencia histórica individualizadota o una ciencia generalizadota, he de advertir expresamente que no puedo proponerme tomar actitud respecto de esa cuestión. Debe quedar reservada a la decisión de los especialistas. Desde puntos de vista lógicos, tan legítima es una posición generalizadota de la vida económica como una exposición individualizadota. Lo que hay que rechazar es solamente la opinión de que la economía no puede proceder sino exclusivamente por generalización. Sería una malísima metodología la que no diera ancho campo a todas las diferentes direcciones de la investigación particular.

2 Respuesta pública al Comité central para la reunión en Leipzig de un Congreso general de los trabajadores alemanes, 1863. Pensaba yo en la citada frase de Lassalle cuando en la primera edición de esto libro empleé el término: “ideales del estómago”. Tönnies pudo muy bien sospecharlo, y, en todo caso, no debió escribir que no comprendía “de qué sentina ha sacado Rickert esa su exposición personalísima de la concepción materialista de la historia”. (Archivos de Filosofía Sistemática, tomo VII, página 38.) Si más tarde Tönnies ha explicado “el acento crepitante” de sus palabras diciendo que se sintió “personalmente irritado por el tono despreciativo”(loc. cit., pág. 408), es ello una prueba más de que ciertas concepciones naturalistas de la historia más bien son “convicciones” personales, defendidas con pasión, que no pacíficas fundamentaciones científicas. Las frases que yo empleo non son, en absoluto, despreciativas: se esfuerzan simplemente por fijar el hecho de que “el materialismo histórico”, como toda filosofía de la historia, descansa en la posición de ciertos valores y que su burla del idealismo no procede de que elimine los “ideales” en general, sino de que substituye unos ideales viejos por otros nuevos. Mas Tönnies no se ha preocupado, desgraciadamente, de refutar esto. No quiero negar que haya muchos que se han arrojado en brazos de una concepción naturalista de la historia movidos, según la antigua usanza, por ideales de la cabeza e del corazón. Pero ello no hace sino elevar a esos pensadores como hombres, no como científicos, pues ello es una consecuencia y una recaída en la “ideología”.

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