quinta-feira, 1 de maio de 2008

El Marxismo

Nicolas Berdiaeff

Los jóvenes emigrados rusos no conocen más que una cosa del marxismo, y es la siguiente: que éste engendró las atrocidades de la revolución comunista, la propaganda antirreligiosa y la persecución de la Iglesia. La juventud que se quedó en Rusia desconoce igualmente el marxismo, porque es imposible conocer lo que se impone a la fuerza. Antaño conocíamos mal la ortodoxia porque nos la imponían “desde arriba”, como pasa ahora con la teoría marxista. Hemos empezado a conocerla tan sólo desde que es perseguida. Pero es indispensable profundizar el marxismo, comprender por qué inspira a las masas y por qué engendró el odio a la religión y a la Iglesia.

No hay jamás que representar al adversario bajo un prisma demasiado ingenuo y elemental. Esto nos empequeñece en la lucha. El marxismo es un fenómeno muy serio en el curso de la historia de la humanidad, y el comunismo ruso tiene sus razones profundas. Los marxistas son a menudo groseros y obtusos, pero Carlos Marx era un pensador genial y fino del tupo clásico. El marxismo originario está ya anticuado y no corresponde ni a la realidad social contemporánea ni al nivel de los conocimientos científicos y filosóficos. El manifiesto comunista fue redactado por Marx e Engels en 1847. Marx funda sus opiniones sobre el primer desarrollo del capitalismo en Inglaterra, pero desde su muerte el desarrollo económico de Europa alcanzó un grado que éste no pudo prever ni sospechar. La ‘socialdemocracia” tuvo que hacer a la teoría de Marx toda suerte de rectificaciones. En cuanto al comunista ruso, surge en un medio histórico diferente desconocido para Marx; en un nuevo mundo de Oriente; y por consiguiente trocó el marxismo en algo completamente distinto, no respetando más que su espíritu esencialmente antirreligioso.

El marxismo pretende ser una concepción universal, integral, que responde a todas las cuestiones primordiales y da un sentido a la vida. Es a la vez una política, una moral, una ciencia y una filosofía. Es una nueva religión que pretende reemplazar al cristianismo. Los verdaderos marxistas son, según ellos. Fervientes dogmáticos; no son ni escépticos ni críticos, tienen una confesión y un sistema dogmático.

El dogmatismo que niega la libertad del espíritu es el más terrible, el más extremista, el más fanático. El cristianismo no cree que se pueda alcanzar el reino de Dios sin el concurso de la libertad humana, sin el asentimiento del hombre, sin un renacimiento interior y espiritual. El marxismo cree que el orden social perfecto, “el reino de Dios sobre la tierra”, puede obtenerse no sólo sin Dios, pero sin la libertad humana, por la aplicación del dogma marxista a la vida. Su dogmatismo tiene dos fuentes: la una, de vida: la realidad social de Europa de mediado del siglo XIX; la otra, teórica: la filosofía idealista alemana. Marx, nacido de Fichte e de Hégel, era un hegeliano de izquierda; él y su principal discípulo, Engels, pretendieron realizar prácticamente lo que los idealistas alemanes afirmaban en teoría. Fichte enseñaba que el sujeto, el “yo”, crea al mundo. Pero eso no era más que una abstracción teórica. Marx e Engels exigen efectivamente que el sujeto cree al mundo, que someta a la naturaleza, pero ese sujeto lo personificaron en el “proletariado”.

Hégel enseña que lo real es racional, y entiende que en el origen de la realidad se encuentra la razón, que el pensamiento es el ser. Marx transformó su idea; para él, la realidad debe volverse racional, pero hay que poseerla, hay que volverla a crear. Según Hégel, el ser no se reduce a la idea que se desarrolla según la ley dialéctica procediendo por la tesis, la antítesis y la síntesis. La vida universal no es más que la demostración, el desarrollo de la idea, del pensamiento. La dialéctica es una expresión griega que significaba primitivamente el arte del diálogo, de la controversia. Esta palabra se pude aplica a lógica, al proceso del pensamiento. Hégel entendía por dialéctica la evolución del pensamiento desarrollándose a través de las contradicciones que van surgiendo, y si Hégel enseño el desarrollo dialéctico del mundo es únicamente porque le atribuía como origen la idea y el pensamiento. La dialéctica se aplica tan sólo al pensamiento, a la idea, al espíritu. Pero Gras afirmó que en la base de la realidad del ser no residían ni el pensamiento ni la idea, pero sí la materia, el proceso material. Y quiso adaptar a él la dialéctica y obtuvo, en definitiva, el materialismo dialéctico. Marx e Engels enseñaban que la realidad material y racional e insensata se desarrolla según la ley dialéctica por la contradicción. De modo que lo que no es propiedad más que de la lógica del pensamiento, del movimiento de ideas, lo aplicaron a la materia, al proceso material. El materialismo dialéctico, inepto e inadmisible conjunto de palabras, significa la revelación del pensamiento de la razón y del sentido en la materia inerte resultantes de un choque de átomos accidental e irracional. Maex permaneció fiel a la idea de Hégel relativa a lo racional de lo real, pero la invirtió. Consideraba que en la materia desprovista del pensamiento de la razón, de sentido y espíritu, se manifiestan la razón, el pensamiento y el sentido.

El desarrollo dialéctico constituye siempre una demostración del sentido y de la razón. Pero, ¿ cómo demostrarlos en la materia inerte?

Marx quería derribar el idealismo de Hégel y creía, gracias a su materialismo, alcanzar mayor altura científica y filosófica. Pero no lo conseguía definitivamente más que haciendo penetrar el idealismo o el panlogismo de Hégel hasta lo más hondo de la materia.

Creía ingenuamente en la razón de la materia y del proceso material en el sentido en que éste se desenvuelve. Pero el materialismo, considerando la material cual choque de átomos, no puede adaptarse a la dialéctica. En este choque no pueden revelarse jamás ni el sentido ni la razón. La materia, por su naturaleza, es pasiva, inerte, incapaz de desarrollo creador; sólo el espíritu es activo. De modo que los marxistas unieron ingenuamente la actividad a la materia, y la pasividad al espíritu.

Marx prestaba poco interés a las cuestiones filosóficas generales; no se interesaba sino de la realidad social, y he ahí que en su realidad, en cuya base Marx establece un proceso material, se descubre un desarrollo dialéctico, es decir, que la lógica, el sentido, las contradicciones, se desenvuelven y se concilian en la síntesis más elevada. Un proceso puramente social y material se halla encaminado hacia una meta elevada, hacia las condiciones de justicia social, hacia el triunfo de la razón en la realidad; ésa era la fe de Marx. Pero no podía existir para semejante enseñanza ninguna base científica o filosófica.

El proceso material, natural o social es por sí mismo insensato e irracional y no puede llevar a una forma de vida superior. No hay razón que autorice semejante optimismo. Para afirmar un desarrollo dialéctico capaz de llevar a condiciones superiores y de demostrar cierta razón y sentido, hay que admitir que la base de la realidad está en la razón, el principio espíritu, el principio sentido.

El marxismo no logró jamás llegar a un materialismo puro. Quedó impregnado de elementos idealistas heredados de la filosofía alemana. Su materialismo dialéctico es una forma degenerada del idealismo. Para él, en la realidad primordial no hay choque de átomos, no hay proceso material, ciego e irracional, sino una IDEA en la cual creen realmente los marxistas, y un desarrollo que lleva ineludiblemente al triunfo de esta idea. Las bases filosóficas del marxismo son contradictorias, ingenuas; no son pensamientos que apuran la tesis. La interpretación del materialismo marxista, reconocida como obligatoria por el comunismo ruso, es, en realidad, inepta y filosóficamente rudimentaria.

Su interpretación pragmática es más justa y de más luces. En la ciencia y en la filosofía contemporánea no existe ya el materialismo.

(Berdiaeff, Nicolas – El Cristianismo y el Problema del Comunismo – 4ª edición – Traducción de María Cardona – Buenos Aires – Espasa-Calpe Argentina – 1943 – 152 págs. – Colección Austral vol. 26. Transcrição integral da 1ª Parte do Capítulo “Marxismo y Religión” – págs. 9, 10, 11 e 12)

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